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Pertenezco a aquellas personas que pasaron su etapa
escolar, durante los años 70 y los 80, desde sala de 4
años (no existía la sala de 3 ni 2 años) hasta el último
año del secundario, en el mismo colegio. Un colegio
privado muy tradicional en la localidad de San isidro.
La vestimenta era estricta. Durante los meses de calor
utilizábamos el uniforme de verano y el resto del año el
uniforme de invierno. El uniforme de verano era cómodo y
liviano, consistía en un pantalón beige y una chomba
celeste (o “azul flojo” como le dice el hijo de un amigo
que vive en Catalunya). El resto del año debíamos vestir
con pantalón gris, camisa celeste, corbata y blazer
azul. Por supuesto que en ambos casos el calzado era
zapatos y no se permitían zapatillas.
Aproximadamente en los meses de abril y fines de
setiembre se producía el cambio de uniforme, dándonos el
colegio la flexibilidad durante una semana de utilizar
uno u otro. Se llamaba la “semana de transición”. El
encargado de anunciar el comienzo de la semana de
transición era el jefe de preceptores, un hombre
corpulento de origen alemán con fuerte carácter y a su
vez un sentido del humor muy particular. Su chiste de
cabecera era contar que había vendido un Renault 12 para
comprarse dos Renault 6…
El ritual era siempre el mismo. Con acento alemán
explicaba una y otra vez que la semana de transición
consistía en utilizar uno u otro uniforme, pero que de
ningún modo se aceptarían las combinaciones de los
mismos. Los ejemplos que daba también se repetían año a
año, no se va a permitir el pantalón beige con la camisa
celeste, corbata y blazer azul, ni tampoco el pantalón
gris con la chomba celeste.
Podríamos decir que el colegio aceptaba cierto
“gradualismo” en el cambio de uniforme durante una
semana, pero era estricto en que no debían mezclarse los
mismos, recibiendo amonestaciones aquellos alumnos que
incumplían la norma. A los educadores de hoy aprovecho a
comentarles que nadie se traumó por recibir
amonestaciones…
El 2016 para nuestro querido país ha sido sin duda un
año de transición. Aquellos que esperaban un “cambio de
uniforme” rápido y efectivo, entiendo que equivocaron
sus pronósticos. En el anuario de fin del 2015 escribí
al respecto una nota titulada: “Nuevos vientos, mismas
tempestades”. (1)
Aquí comentaba sobre las dificultades para poder cambiar
rápidamente la realidad económica, social y política del
país en general y del sector de la Salud en particular.
Sin embargo, no considero en absoluto que fue un año
perdido. Hubo cambios y avances importantes que van en
un sentido favorable y que evitaron males peores. Ver lo
que ocurre en Venezuela nos da una pauta al respecto.
Existe un amplio consenso en “los fuertes avances
acontecidos en el país en este último año”, señaló la
AEA (Asociación Empresaria Argentina) en un comunicado,
enumerando los siguientes: “Se integró plenamente la
Corte Suprema, el Congreso pasó a ser el poder
independiente que la Constitución establece, hay plena
libertad de prensa, e instituciones como la AFIP, el
Banco Central y el Indec, han vuelto a ser reconocidas
por su credibilidad ante la opinión pública. Asimismo,
se han adoptado decisiones que permiten augurar un
crecimiento económico en el próximo año”.
Coincido y agrego que hubo avances en seguridad,
educación y en infraestructura.
En el Congreso de Salud de Acami realizado en Mar del
Plata en setiembre pasado, el economista Enrique Szewach
expresó que la sociedad reclamaba por resultados
inmediatos, pero exigía medidas e instrumentos
graduales, como por ejemplo en el cambio de tarifas.
“A instrumentos graduales, resultados graduales” resumía
con mucho sentido común el actual Vicepresidente del
Banco Nación.
Recordando este Congreso, fue gratificante y
esperanzador que luego de muchos años de no recibir
funcionarios ni autoridades de cierta relevancia,
estuvieron presentes el Superintendente de Servicios de
Salud, los Presidentes de Pami y IOMA, el Ministro de
Salud y el Ministro de Hacienda y Finanzas.
Considero que en el sector de Salud en general y en el
de las Obras Sociales y Entidades de Medicina Prepaga en
particular, se está avanzando por buen camino.
Con las dificultades que implica llevar adelante cambios
y mejoras en la gestión pública, sería injusto aquí
hablar que fue un año sólo de “transiciones y
gradualismos”.
Las nuevas autoridades entienden nuestros problemas,
están abiertos al diálogo e independientemente de las
coincidencias o diferencias que se tengan, tienen
experiencia y conocimiento del sector.
Hace mucho tiempo que se escribe y se habla sobre la
necesidad de formalizar una Cobertura Universal para la
población que no tiene la cobertura de una Obra Social o
una Entidad de Medicina Prepaga. Sería deseable una
mayor celeridad, pero seguramente coincidamos que se
avanza hacia el lado correcto.
El Congreso ya recibió del Poder Ejecutivo un proyecto
muy bien elaborado para crear una Agencia Nacional de
Evaluación de Tecnologías. Sin exagerar, creo no haber
presenciado Congreso o Seminario, donde no se haya
reclamado sobre la necesidad de su existencia. Ojalá que
se apruebe y se promulgue los antes posible.
El reconocimiento por parte del Gobierno de la deuda a
las Obras Sociales es otra muy buena noticia de este
año. Tanto tiempo escuchando y leyendo sobre este
legítimo reclamo del sector y valga la redundancia,
tanto tiempo sin ser escuchados por las distintas
autoridades de turno. Seguramente todos hubiéramos
deseado una devolución más ventajosa y veloz, pero
probablemente coincidamos que se está mucho mejor que
antes.
El observatorio de precios de medicamentos de alto
costo, el registro de amparos y la posibilidad de
financiar los gastos de discapacidad desde el Fondo
Solidario de Redistribución, son también muy buenas
iniciativas de la actual Superintendencia.
No comprendo desde lo técnico, la conveniencia de crear
la Obra Social de Trabajadores de la Economía Popular,
más conocida como la “Obra Social Piquetera”. Por
supuesto que lo entiendo desde la necesidad y
negociación política como parte de algo “transitorio y
gradual”.
Por un lado, pareciera que esta población no tiene
ninguna cobertura, algo que no es real, ya que accede
libre y gratuitamente a la red de Hospitales Públicos
que financia toda la población que paga impuestos
nacionales, provinciales y municipales. Estos recursos y
energías, que bien podrían ir a mejorar la gestión de
salud pública, se destinarán a crear una obra social que
recibirá un monto por cápita muy bajo que difícilmente
se traduzca en una mejor salud para esta población. Un
mejor acceso a la cobertura de medicamentos en una
amplia red de farmacias a esta población que no tiene
cobertura de obra social o prepaga, sería sin duda mucho
más justo y razonable.
Por otro lado, con la creación de la Obra Social
Piquetera, se “premia” sólo al grupo que corta las
calles. El resto de la población que utiliza la
cobertura pública y no corta las calles, no obtiene
mejoras.
Estoy de acuerdo, y hasta seguramente me sume, en
manifestar y protestar libremente pidiendo que se mejore
la salud y la educación pública, pero los beneficios que
se consigan, deben ser para todos aquellos que la
utilizan y necesitan acceder a Centros de Salud y
Educativos de buen nivel.
Como país en estos temas, seguimos dándole la razón a
Discépolo y su genial Cambalache donde “el que no llora
no mama” y “el da lo mismo el que labura que el que esta
fuera de la ley”.
Brindando excelencia en educación y salud pública, los
Estados contribuyen a construir una sociedad más
equitativa, algo muy necesario en esta época donde la
Globalización y los avances tecnológicos generan
ganadores y perdedores permanentemente.
http://www.revistamedicos.com.ar/numero90/columna_pasman.htm
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