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A principios de agosto pasado se anunció la Cobertura
Universal de Salud (CUS), para cuya implementación se
asignaba una parte de los fondos correspondientes a
Obras Sociales (OS’s), retenidos en el Banco Nación por
el Gobierno anterior. Los beneficios de la CUS
consistirán básicamente en: a) atención médica integral
en hospitales y centros de salud estatales; b)
derivación a servicios privados para prestaciones no
disponibles en los públicos, y c) provisión gratuita y/o
descuentos en medicamentos esenciales. Con el fin de
fortalecer a los efectores públicos y prepararlos para
los procedimientos que requerirá la administración de la
CUS, se asignaron inicialmente $ 8.000 millones de los
fondos mencionados.
Salvo unas pocas excepciones, los servicios estatales
dependen de provincias y municipios, por lo que la
instrumentación de una cobertura nacional, mediante
recursos dependientes de provincias, en principio
requerirá convenios entre las jurisdicciones
intervinientes. No es problema de ejecución simple: en
marzo de 2016 los registros del Ministerio de Salud
(SIISA), indicaban 3.323 hospitales con 73.791 camas
(55% del total) y 8.802 centros de salud, pertenecientes
—por su origen o por descentralización— a 24 provincias
y varios miles de municipios. Una parte de estos
efectores han aprendido a facturar servicios a la OS
provincial o al Pami, así como a gestionar programas
nacionales (Remediar, Nacer, Sumar); puede esperarse que
éstos tengan mejores condiciones para actuar ante una
nueva cobertura.
Pero la mayoría vienen funcionando con absoluta
dependencia de la provincia respectiva: en compra de
insumos, designación de personal (pocas veces por
concurso), en equipamiento, mantenimiento y, por
supuesto, en pagos de sueldos y proveedores. Desde 1996
el programa PRESSAL, financiado por un préstamo del
Banco Mundial (BIRF Nº 3931), implicó inversiones —según
el contrato original— por u$s 144,7 millones (101,4 de
desembolso del Banco y 43,3 de contraparte nacional).
Preveía reconvertir 15 hospitales —de la Capital y las
provincias de Buenos Aires y Mendoza— para adecuarlos al
modelo de Hospitales Públicos de Autogestión (decreto Nº
578/93). Los resultados no fueron satisfactorios: las
consultorías dejaron extensos manuales de procedimientos
y las oficinas administrativas aprendieron a facturar
servicios a las OS’s. Pero los problemas estructurales
—ausencia de personería jurídica, de autarquía para
ejecutar el presupuesto, de poder de decisión para
programar la dotación de personal, sin un plan anual de
servicios e inversiones para ser fiscalizado al término
del ejercicio— se mantuvieron intactos.
Aunque no esté específicamente vinculado al Sector
Salud, se puede tomar como ejemplo el “Plan Belgrano”
anunciado por el Gobierno Nacional, que proyectó desde
2016 una línea de desarrollo, orientada desde el NOA
hacia el centro del país. En materia de hospitales
públicos debería instrumentarse un plan de
características similares en todo el país, tendiente a
desentrañar en cada provincia y localidad los problemas
existentes para descentralizar los servicios: a)
articular redes colaborativas de servicios públicos y
privados; b) remover obstáculos administrativos por
legislación obsoleta o intereses lucrativos locales; c)
planificar remodelaciones y “puesta en valor” de los
establecimientos, limitando las construcciones nuevas
sólo a casos irrecuperables; d) promover incentivos para
asignar profesionales a zonas rurales (internet,
rotaciones, actualización, vivienda y movilidad), y e)
establecer normas administrativas para gestionar tanto
la CUS como todas las coberturas disponibles en la zona.
Con un enfoque equivalente al del Plan Belgrano, en el
Grupo PAIS hemos tomado como referencia 3 hitos de la
historia hospitalaria argentina. Domingo Cabred, Titular
de la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales
Regionales, que entre 1906 y 1925 duplicó la cantidad de
camas de internación del país, en base al modelo
pabellonado de estilo francés, administrado por
entidades filantrópicas. Ramón Carrillo, que entre 1946
y 1954 duplicó nuevamente la cantidad de camas
nosocomiales, mediante un modelo de desarrollo flexible
—monobloque “en peine”— administrado por el Estado.
Arturo Oñativia, que entre 1963 y 1966 imaginó un
hospital descentralizado y autárquico, con personería
jurídica y participación comunitaria en su conducción.
Su gestión se truncó por el golpe de Estado de junio del
66, pero los mismos funcionarios de esa cartera lograron
que se sancionara la ley 17.102 en 1967 (SAMIC). Se
aplicó en diversos hospitales durante un período
limitado, pero sigue vigente en los departamentales de
Misiones, y también en los más de 200 SAMCO de Santa Fe,
mediante una ley provincial del mismo año. En las
últimas décadas fue rescatada para encuadrar
jurídicamente a los hospitales Garrahan, Posadas y El
Cruce de Florencio Varela.
De todas las normas elaboradas para descentralizar los
hospitales, esa Ley fue el modelo más avanzado. Podría
revisarse su reglamentación y establecer patrones
administrativos más modernos. Pero la tendencia hacia el
hospital autárquico como empresa pública de servicios es
universal y, su sustentabilidad, está íntimamente ligada
a un entorno de población con cobertura universal. Habrá
localidades donde el vecindario sea más sensible a los
problemas de salud; otras donde los servicios privados
estén más dispuestos a complementar a los públicos;
también se encontrarán servicios privados que
usufructúan bienes públicos. Debería ser una acción
paulatina, paso a paso, armonizando recursos y
despejando dificultades: de la periferia al centro. Pero
un Pacto Federal de Salud para implementar la CUS,
seguramente no se va a resolver sólo en una reunión del
Consejo Federal de Salud (CoFeSa), ya que los ministros
allí convocados no ejercen cargos electivos, por lo que
su gestión está condicionada. Una política de Estado de
esta magnitud, debería partir de un acuerdo entre la
Presidencia y los Gobernadores.
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(*)
Hugo E. Arce - Médico sanitarista - Miembro del
Grupo PAIS |
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