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Si bien los mismos problemas acechan a nuestro campo
sanitario por décadas, la necesidad de revertir la
situación resulta cada vez más perentoria. Más allá de
avances parciales, en ausencia de una verdadera
innovación disruptiva, el sentido general profundiza la
irracionalidad de una fragmentación que significa, lisa
y llanamente, desigualdad social.
Hoy, el agotamiento de nuestro asistema parece haber
alcanzado un punto en el cual existe cierto consenso
sobre algunos nudos problemáticos, pero no tanto sobre
el modo de desatarlos –o directamente cortarlos– en vez
de simplemente aflojarlos un poco. Existen propuestas de
reformas que intentan organizar la desorganización,
algunas en la dirección óptima, aunque resta verificar
su correcta aplicación, y además resultarán
insuficientes si no se avanza con otras medidas que
acompañen y complementen, es decir, un conjunto de
tareas simultáneas y sinérgicas (como un padrón con
diferenciación de biodiversidad, la creación de un
Observatorio Nacional de Salud y una adecuada Ordenación
Territorial que contemple la actual reurbanización).
Una vez más cabe recordar a Esteban Echeverría quien
afirmaba que más que reformarnos debemos regenerarnos.
Así y todo, y con el entendimiento que el cambio puede
ser gradual, se trata de analizar si lo que está en
juego es el inicio de algo nuevo o la reformulación de
lo viejo. Esto último sería el mayor peligro, ya que no
sólo perpetuaría las inequidades e irracionalidades,
sino que deslegitimaría herramientas que podrían llevar
a su superación.
Llegado a este punto, quiero detenerme en la denominada
Cobertura Universal de Salud (CUS) que ha propuesto el
gobierno desde el Ministerio de Salud de la Nación. Se
trata, en lo esencial –puesto que los detalles de la
propuesta no han sido aún brindados–, de crear una
cobertura por medio de un carnet a la población que no
cuenta con obra social ni privada, y que asciende a
aproximadamente un cuarto de la población total.
En la base de esta medida se encuentra la asignación de
ocho mil millones de pesos por parte de los sindicatos,
en acuerdo con el Estado Nacional, luego de que éste les
transfiriera un pago que alcanza los 29.000 millones de
pesos que adeudaba a las Obras Sociales. La clave pasa
por no reducir la medida a la distribución del dinero
(aunque no es cuestión a desestimar), pues la esencia de
un sistema de salud pasa por la transformación de
patrones de cultura laboral, estrategia de planificación
y estructura y logística de gestión. O bien, que la
viabilidad financiera debe acompañar la realidad
sanitaria, la cual requiere eficiencia, transparencia y
reasignación de recursos.
En este sentido, el propio Ministro Jorge Lemus destacó
dos condiciones para el éxito de la propuesta. En primer
lugar, que “el sistema de atención pública sea capaz de
facturar sus prestaciones a terceros de manera rápida y
cierta”, a lo cual apunta la credencial o carnet. De
esta manera, “el hospital podrá enviar por vía
electrónica el costo de la prestación brindada a la
Superintendencia de Servicios de Salud para descontarle
el gasto automáticamente a quien corresponda”.
En segundo lugar, un organismo capaz de revisar los
tratamientos y procedimiento médicos existentes para
determinar su utilidad y la relación entre el costo y la
efectividad. Es decir, la Agencia de Evaluación de
Tecnología de Salud (Agnet) que se propone en un
proyecto de ley a tratar en el Congreso Nacional.
Además, se proyecta la confección de un padrón nacional,
cruzando datos públicos y privados, que distinga quiénes
poseen cobertura y quiénes no. Aquí hay que evitar
confundir auditoría médica, fiscalización contable y el
uso acrítico de la tecnología.
Antes que nada, vale la pena detenerse a reflexionar
cuándo fue que pasamos de tener acceso universal a tener
un cuarto de población sin cobertura. Efectivamente, el
hospital público pasó de significar un acceso abierto a
ser una interminable sala de espera a la miseria. Un
acceso lento, insuficiente y deficitario demuestra que
asequibilidad no es lo mismo que accesibilidad oportuna.
Volviendo a la propuesta gubernamental, es de destacar
que la facturación y la credencial son herramientas
valiosísimas, que he promovido en publicaciones previas.
La facturación, más allá del cobro, implica una
transparencia, control y auditoría por parte del propio
usuario que de esta manera puede apreciar los recursos
aplicados a su persona; y por parte del efector de
salud, cambia la lógica de precios a costos, y del
volumen a los resultados.
El carnet, por su parte, debe alcanzar a la totalidad de
la población, y debe incluir un Conjunto Mínimo de Datos
Básicos (el grupo sanguíneo, si se es diabético o toma
medicación, etc.). Si bien la intención es que
eventualmente el resto de la población pueda adquirirlo,
su universalidad implica una concepción en sí misma y no
una alternativa deseable. Pues el objeto de la salud
pública no puede ser “los pobres”, sino el conjunto de
las personas que comparten el territorio nacional.
Mientras no se abarque la totalidad del campo sanitario
de manera conjunta, no habrá solución posible. Apuntar
exclusivamente al sector vulnerable desde el subsector
público resulta reproducir la lógica de la separación.
En definitiva, el núcleo pasa por si se trata de un
reparto o una integración entre los sectores públicos y
privados. En el primer caso, estaríamos en presencia de
un nuevo parche que oculta el problema de fondo: la
falta de un Sistema Federal Integrado de Salud. Para
ello, los Seguros Provinciales también deberían
integrarse en un sistema amplio, de una red regional
según especialidades y una economía de escala, además de
contar con la financiación nacional. Se trata de crear
una Red Sanitaria de Utilización Pública, sin distinción
de identidad jurídica. De lo contrario, simplemente se
estaría creando “la obra social de los pobres”.
La salud debe imponerse sobre los intereses de cada
subsector, no simplemente para ordenarlos en un reparto
que implica separación, sino para que confluyan en una
integración bajo el interés general y en conveniencia
mutua. Recordemos que, en salud, la solidaridad no es
una opción sino su núcleo. El objetivo sería que además
de que el hospital pueda cobrar a los otros subsistemas
por los servicios a sus beneficiarios, toda persona
pueda acceder a los servicios de salud de cualquier
subsistema, y que luego el Estado, la Obra Social o el
privado abonen lo correspondiente.
La cuestión no pasa por subsidiar a la oferta o a la
demanda, que implica un asistencialismo y oculta a los
oferentes de salud donde los usuarios quedan cautivos.
Se trata de apuntar a las necesidades sanitarias de la
población, aplicando políticas públicas. El Estado no
puede monopolizar, pero el mercado tampoco puede
liderar. Falta, por mencionar un solo ejemplo, una
distribución planificada de las especializaciones
médicas en todo el territorio nacional; rubro, éste, que
no puede quedar librado a decisiones unilaterales de las
distintas facultades de medicina.
La salida del laberinto en que se encuentra la salud no
se halla en una nueva consigna que sólo nos conducirá a
otra habitación dentro del mismo entramado. Quizás más
que buscar salidas de emergencias haya que derribar
algunos muros para trasformar e integrar el espacio que
habitamos.
Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves Jurídicas y Asistenciales para
la Conformación de un Sistema Federal Integrado
de Salud” - Editorial Eudeba (2012) - “Salud y
políticas públicas” - Editorial UNICEN (2016) |
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