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En política, no siempre las intenciones se cruzan con la
realidad. Algo de eso viene ocurriendo en Estados Unidos
desde hace tiempo. Cuando la Affordable Care Act (ACA) o
Ley de Asistencia Asequible y popularmente conocida como
Obamacare fue aprobada por el Congreso en 2010, eran más
los estadounidenses a quienes no les gustaba que a los
que le gustaba. Y ese siguió siendo el patrón en la
opinión pública a lo largo de los siguientes seis años.
El problema es que una vez propuesta su derogación por
la nueva Administración Trump, una encuesta realizada
por Fox News mostró un giro copernicano en el
pensamiento ciudadano. La mitad de los estadounidenses
ahora ven la ley con ojos favorables. Los históricos
partidarios del Obamacare replican a los republicanos
con que la ley ha ampliado cobertura a 20 millones de
estadounidenses, muchos de los cuales no podía
permitirse un seguro con anterioridad, y que en
cualquier circunstancia la ley debiera ser mejorada y no
los asegurados expulsados. Para lograr su objetivo, el
gobierno de Obama trató de hacer más fácil para la gente
inscribirse, con un período de inscripción abierto por
un tiempo más largo de lo habitual y reglas más laxas
respecto de que la gente pueda comprar o cambiar de
seguro de salud. Robert Blendon, profesor de Política de
Salud y Análisis de Políticas en la Universidad de
Harvard, sostiene que “La Ley de Asistencia Asequible
puede no ser más popular, pero las implicancias de su
eventual derogación están desplazando a la gente a una
posición menos negativa respecto de ella” y que “una vez
que los republicanos propongan un reemplazo detallado de
la ley, quizás la misma opinión pública pueda cambiar de
nuevo”.
Para los republicanos, el Obamacare es un programa
fallido que ha provocado un aumento de las primas y de
gastos onerosos de bolsillo para muchos estadounidenses.
Trump lo identificó como una prioridad política
superior. Su primer acto de gobierno fue firmar un
Decreto anticipatorio a su extinción. En tanto, el
Congreso aprobó rápidamente un proyecto de ley de
presupuesto, preparando el terreno para su derogación
general. A su vez, dos senadores republicanos
presentaron en conferencia de prensa la denominada
Patient Freedom Act (PFA) o Ley de Libertad del Paciente
(que seguramente se llamara Trumpcare), que procurará
garantizar que ninguna persona que hoy dispone de los
beneficios del Obamacare quede sin cobertura médica.
Además, el PFA devolverá poderes a los estados de la
Unión, aumentará el acceso a un servicio de salud de
“mejor calidad y menos costoso” para todos, mejorará la
capacidad de elección de un seguro médico, y asegurará
que casi 30 millones de norteamericanos que aún no tiene
cobertura obtengan una.
La contracara es que, al cierre del período de
inscripción 2017, el HHS informó que 9,2 millones de
personas compraron una cobertura a través del mercado de
seguros del gobierno federal – una cifra ligeramente
inferior al de 2016 pero todavía significativa. Casi 3
millones de personas compraron su cobertura en los
programas estatales, manteniendo la matrícula de los
últimos años y cerca de 10 millones de individuos
calificados para la cobertura de su salud a través de la
expansión de Medicaid en la mayoría de los estados
también ingresaron a la misma. Esto dejó a Trump y a los
republicanos ante una encrucijada. Cumplir su promesa de
campaña de derogar la ACA y la realidad de que, al
hacerlo, podrían dejar a millones de personas sin acceso
a servicios de salud.
La designación del cirujano ortopedista republicano Tom
Price - un crítico contundente de la ACA - como
Secretario de Salud y Servicios Humanos le da poder a
quien debe hacer los cambios más sustanciales sobre las
regulaciones del Obamacare y su extensión al Programa
Medicare. Price ha sido uno de los principales oponentes
a los incentivos por resultados a Hospitales y médicos,
destinados a mejorar calidad de atención. Hizo foco
precisamente en lo establecido respecto de resultados en
cirugía de cadera, su especialidad. Pero Trump ha bajado
el nivel de conflicto, lo que puede estar indicando una
eventual disposición a estabilizar transitoriamente
cuestiones sensibles de la ACA, y no asociadas
directamente a la palabra Obamacare, hasta que su
administración diseñe un reemplazo político y
técnicamente viable. Por ejemplo, mantener la denominada
“Sunshine Act” que blanquea el pago a médicos desde las
empresas farmacéuticas.
En lo inmediato, la agencia que supervisa la ACA ha
propuesto una nueva norma –que las aseguradoras venían
demandando insistentemente– para estimular a la gente a
inscribirse en planes de cobertura continua, y penalizar
con primas más altas a quienes sólo adquieren cobertura
transitoria cuando están enfermos. Esto impacta en el
“pool financiero” evitando desequilibrar el “pool de
riesgo”. Los seguros necesitan un equilibrio de las
personas sanas que pagan sus primas para ayudar a pagar
por las personas enfermas y su atención.
Básicamente, el cuestionamiento técnico –no el político
de Trump– al Obamacare se focaliza en la parte de la ACA
que refiere a expandir cobertura de aseguramiento
aplicando subsidios para ello, así como a regular los
productos (beneficios) y ciertos componentes del modelo
asegurador. El gobierno ofreció durante el período de
implementación de la Ley subsidios a americanos con
bajos ingresos para que pudieran hacer frente al pago de
las primas y deducibles que fijaban las compañías
aseguradoras, lo que llevó a incorporar a 20 millones de
personas entre 2010 y 2016. Sólo en California, la
aplicación de la ACA redujo la tasa de no asegurados a
un mínimo histórico de 7,1 por ciento. La propuesta
republicana se basa en la eliminación de tales
subsidios, lo que hará inestable el mercado determinando
que muchos aseguradores corten las coberturas. Ofrece
como alternativa un crédito a tasa baja ajustado por
edad, o una tasa estándar de deducción para el
aseguramiento.
Respecto del Medicaid, programa en el cual el gobierno
proveía de fondos federales a los Estados para dar
cobertura a quienes tuvieran ingresos menores a los u$s
13.000 anuales individuales o u$s 33.000 por grupos
familiares de cuatro integrantes, y al que algunos
Estados sumaban fondos, el plan republicano implica su
corte. Se estima que, de esta forma, 12.9 millones de
personas perderán su cobertura. Además, se propone
devolver mayor autonomía a los Estados
(descentralización) y reducir futuras transferencias
federales.
Para asegurar la incorporación suficiente de personas
sanas, la ACA incluía sanciones a grandes empleadores
que no proveyeran cobertura, y los individuos que la
eludían recibían un impuesto penalizador. El proyecto
republicano (ahora en revisión a partir de ciertos
reclamos de las empresas) apunta a eliminar tales
mandatos, lo que reduciría el incentivo de los sanos
para comprar cobertura (menor aversión al riesgo) y
también de los empleadores.
Cuestión clave es el tema impuestos. El ACA aumentó las
cargas a integrantes del complejo industrial de la salud
(farmacéuticas y polo de tecnología médica entre otros)
y a quienes tenían altos ingresos, que Trump se propone
eliminar. No se ha propuesto aún el mecanismo para
reemplazarlas, pero ciertos planes apuntan a limitar
beneficios impositivos a las personas que obtienen
cobertura desde su trabajo. Un tema complejo.
Una de las mayores dudas, respecto de lo cual Trump ha
manifestado no innovar, es sobre la condición de
protección del asegurado. Por ejemplo, mantener la
prevención a las aseguradoras respecto de la prohibición
de efectuar selección adversa o elevar la prima a
quienes tuvieran enfermedades preexistentes o fueran
ancianos. La ACA incluía también un techo a la
rentabilidad de las empresas y la obligatoriedad de
garantizar cobertura a los hijos de los asegurados hasta
los 26 años. Pero estas reglas pueden quedar sujetas a
cambio en la nueva legislación, incluyendo la
eliminación del paquete mínimo de cobertura y dejar que
cada Estado determine quienes y como deben quedar
incluidos en el mismo. También algunos senadores
oficialistas proponen los denominados “High risk pools”
que proveen subsidios para la cobertura de aquellas
personas con enfermedad crónica que no pueden comprar
aseguramiento sin reglas de juego transparentes,
forzando así a las aseguradoras a otorgarles cobertura.
Donald Trump ha dicho que quiere mantener disposiciones
populares. Hay una enorme incertidumbre en el campo de
la salud de los Estados Unidos. ¿Se animará a presionar
el botón que provoque el Armagedón del Obamacare?
Veremos. Mal que le pese, el Trumpcare sigue siendo - al
día de hoy - una asignatura pendiente.
(*) Profesor Titular
- Cátedra de Análisis de Mercado de Salud -
Magister en
Economía y Gestión de la Salud - Fundación
ISALUD.
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