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FALSA CONCIENCIA Y FALSO PRINCIPIO HUMANISTA:
OBSTÁCULOS, INTEGRACIÓN Y RESPONSABILIDAD
Si prácticamente todos los actores y analistas de la
salud coincidimos en la necesidad de superar la profunda
fragmentación e inequidad de nuestro sistema sanitario,
¿cuáles son los obstáculos que nos impiden lograrlo?
Mencionaré algunos que operan en el sentido de “desviar
la mirada” respecto de los nodos esenciales y eluden
centrar la atención en las cuestiones que constituyen la
diferencia entre someterse al destino o construirlo.
Antes que nada, resulta imprescindible una voluntad
política de fondo para afrontar una reestructuración
profunda, que no significa un autoritarismo unilateral,
ni un “borrón y cuenta nueva”. Implica conducir un gran
Acuerdo Sanitario Federal para una reforma integral, en
la cual no puede faltar ningún actor primario en la
negociación, y tras ella deben establecerse metas,
plazos y responsabilidades a fin de armonizar los
distintos objetivos, intereses y valores de estos
actores.
Desde un marco democrático, todos pueden contribuir al
debate sobre la construcción de un nuevo Sistema Federal
Integrado de Salud, pero no todos comparten los mismos
saberes ni las mismas responsabilidades. Incluso
exfuncionarios deberían plantear no sólo críticas
actuales y planes a futuro, sino una autocrítica y
evaluación de lo hecho y no hecho durante sus gestiones.
De lo contrario se estaría pecando de falso principio
humanista, por el cual se pregona aquello que no se
emprendió en el momento en que era propicio hacerlo.
Por otro lado, compartir ciertos objetivos no significa
que se compartan las direcciones matrices ¬–y los pasos
concretos correspondientes– sobre las cuales avanzar
para alcanzarlos. El destino en sí no traza el mejor
camino y, a veces, ni siquiera uno que nos aproxime al
mismo. Se trata de la falsa conciencia: pretender un
cambio operando sobre un aspecto parcial del problema y
no sobre la totalidad que lo conforma.
La propuesta de crear un acceso universal instrumentando
credenciales a toda la población es un “destino” que
compartimos y hemos sostenido desde hace años. Pero para
ello debe avanzarse en muchas otras transformaciones que
posibiliten y complementen dicho objetivo. Si la forma
de alcanzarlo se reduce a brindar una credencial
sanitaria a quienes no poseen obra social ni prepaga
para intentar monitorear la facturación de su atención,
el objetivo no será alcanzado.
Se requiere para ello combinar transformaciones en la
cultura laboral, incorporar una mayor y mejor
información e informatización sobre la población, un
sistema de monitoreo y control con modificaciones en la
estructura institucional, logística y operacional,
enmarcada en una estrategia de gestión. En definitiva,
una planificación racional (fines) con un criterio
instrumental (medios).
INTEGRACIÓN
RESPONSABLE Y RESPONSABILIDAD INTEGRAL
La fragmentación actual no se resuelve con una mera
coordinación entre espacios de decisión cuasi autónomos,
recursos asimétricos y poco transparentes. Resulta
indispensable una nueva arquitectura organizacional
global, abierta, permeable, flexible, con unidades
empresariales de gestión que acompañen a los fenómenos
de transferencia técnica y que mantengan siempre
presente la finalidad: la salud como bien privado de
provisión pública y responsabilidad intransferible del
Estado, y como derecho individual y social.
Hoy tenemos grandes organismos como la Superintendencia
de Servicios de Salud (S.S.SALUD), y las dos mayores
Obras Sociales como son el Pami y el IOMA, que dejan en
un segundo plano al mismo Ministerio de Salud de la
Nación. El Pami y la S.S.SALUD tienen en su jurisdicción
la salud del 60% de los argentinos, y gastan más del
doble que el Ministerio Nacional, y sobre los cuales
este tiene poca o nula incidencia. Para no hablar de las
denuncias de corrupción que los rodean históricamente.
Además, la fragmentación y cuasi autarquía que reina en
el área sanitaria, no sólo implica una ineficiente
asignación de recursos, sino que en buena medida
constituye la base del problema al diluir las
responsabilidades, al punto de acercarnos a una
situación de anomia: se pierde el sentido de las leyes y
sus fines, en un estado de disociación entre los
objetivos de la población y su acceso efectivo a ellos.
Estamos acostumbrados a centrar la atención en la
responsabilidad ex post, es decir, ante las
consecuencias de la producción de algún estado de cosas
(en términos de sanción o de reparación); pero
debiéramos también reparar en la responsabilidad ex
ante, es decir, en quién tiene el poder y el deber de
dar lugar a un determinado estado de cosas (o de evitar
su producción), y es en este nivel donde se destaca la
ausencia de una planificación estratégica de salud y de
una agenda bien pautada.
Esta atribución de responsabilidades prospectivas no se
regula con una simple predeterminación de acciones a
realizar o evitar, sino en atribuir al sujeto
responsable la capacidad y la obligación de determinar
la concreta acción a realizar para la persecución del
fin establecido. Se trata de una regulación a través de
“normas de fin” y no sólo de “normas de acción”.
Mientras que estas últimas califican deónticamente una
acción (es decir, una lógica más bien binaria de lo
correcto e incorrecto éticamente), las normas de fin
obligan a perseguir un determinado objetivo, delegando
en el destinatario el poder discrecional o la
responsabilidad de seleccionar el medio óptimo para ello
(aquella medida que, a la luz de las circunstancias del
caso concreto y atendiendo a las posibilidades fácticas
y deónticas, maximiza el fin con el menor coste
posible).
Por último, la responsabilidad del Estado Nacional en su
triple función de garante, normatizador y regulador,
tanto del acceso equitativo a los servicios de salud
como de la correcta asignación de los recursos, no es
transferible por la propia Constitución, aunque sí
delegable bajo efectivas normas de control. El
federalismo significa que representantes locales diseñen
y administren políticas de acuerdo con las necesidades
locales y regionales; de ninguna manera implica la
autarquía, el aislamiento y la indefensión de cada
provincia. Este es el peligro de la autonomización, que
es la característica de sectores que actúan como si
estuvieran emancipados de cualquier responsabilidad y
compromiso con el Estado, dada la debilidad de la
capacidad de control del mismo (producto, en no pocas
circunstancias, de delegaciones inducidas por el mismo
Estado).
Por el contrario, en virtud del principio de
subsidiariedad, el Estado Nacional debe garantizar los
recursos y asistencia necesarios a las jurisdicciones
que lo necesiten. Y, bajo el principio de la
regionalización, debe crearse un instrumento único de
información georreferencial que permita la gestión
eficiente de recursos para la satisfacción de las
necesidades propias de cada espacio socio-territorial
(bajo claros criterios de economía de escala), mediante
la organización en red de los componentes y la fusión de
fines a cumplimentar para concretar el derecho a la
salud.
Siguiendo estos principios rectores es que debe lograrse
el Acuerdo Sanitario para la construcción de un Sistema
Federal Integrado de Salud. Una política sanitaria que
haga del acceso equitativo a un sistema integrado de
salud un derecho y no un privilegio. No se trata de un
ajuste financiero y menos aún de un mercado de
capitales: se trata del potencial vital de los
argentinos, se trata del verdadero índice de la
soberanía.
Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud”
Universidad Nacional del Centro (UNICEN).
Autor de: “Claves Jurídicas y Asistenciales para
la Conformación de un Sistema Federal Integrado
de Salud” - Editorial Eudeba (2012) - “Salud y
políticas públicas” - Editorial UNICEN (2016) |
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