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Las recientes elecciones legislativas de medio término en la
Argentina, en un contexto convulso con un Ejecutivo y un
Congreso donde el oficialismo ha consolidado su posición, crean
un escenario crucial para las políticas públicas en salud.
El sistema de salud argentino enfrenta una de sus crisis más
profundas en décadas, marcada por el ajuste fiscal, la caída del
poder adquisitivo del personal sanitario y el deterioro de la
infraestructura, lo que ha puesto en jaque a los hospitales
públicos nacionales y ha impactado gravemente a las
instituciones provinciales.
En este contexto, surge una pregunta urgente: ¿podrán las
decisiones políticas resultantes de estas elecciones traducirse
en mejoras reales para la salud pública?
El gobierno nacional, ahora consolidado tras el reciente triunfo
electoral, ha implementado un programa de austeridad en búsqueda
de un equilibrio fiscal. En el área de salud, esto se ha
traducido en recortes presupuestarios y la transferencia de
responsabilidades a las provincias para la ejecución de
programas esenciales. Como resultado, se observa un aumento en
la demanda, una oferta reducida y un clima de tensión en los
hospitales.
A pesar de estos retos, la respuesta del sector de la salud no
se ha hecho esperar. Movilizaciones de médicos, enfermeros y
residentes han puesto de manifiesto el deterioro del sistema,
destacándose instituciones emblemáticas como el Hospital
Garrahan. En este contexto, el Congreso Nacional sancionó la Ley
de Emergencia en Pediatría, enfrentando al poder ejecutivo quien
había advertido que vetaría la ley en caso de su aprobación.
Finalmente, la ley fue promulgada oficialmente por el gobierno
nacional luego de una insistencia parlamentaria, tras que el
Poder Ejecutivo realizara observaciones al proyecto original.
Sin embargo, aunque ha sido promulgada, su aplicación ha sido
suspendida temporalmente debido a cuestiones de financiamiento.
El gobierno ha solicitado que el Congreso defina las fuentes de
financiamiento necesarias para su implementación, lo que retrasa
su entrada en vigor hasta que se incluyan las partidas
correspondientes en el presupuesto nacional. Esto plantea un
nuevo desafío en la relación entre el Legislativo y el
Ejecutivo.
¿Puede el Congreso convertirse en un contrapeso que impulse al
Gobierno a revisar su estrategia sanitaria? Las señales son
mixtas. El oficialismo aún mantiene un control considerable
sobre la agenda sanitaria, pero ha habido avances en los que la
oposición ha logrado revertir algunos vetos presidenciales, lo
que sugiere que el Parlamento podría comenzar a establecer
límites.
Habrá que estar atentos a las negociaciones luego de diciembre y
la nueva conformación de ambas cámaras. Los próximos meses serán
determinantes para definir si la Ley de Emergencia en Pediatría
se convierte en una herramienta efectiva para fortalecer el
sistema o en un mero gesto simbólico.
Para ello, además las negociaciones políticas, será crucial que
su implementación cuente con mecanismos de control ciudadano;
sin ellos, no habrá transparencia ni rendición de cuentas. Para
que se produzca un cambio sustantivo, son necesarios la voluntad
política, recursos adecuados, consistencia técnica y control
social. La falta de alguno de estos elementos podría no solo
perpetuar la crisis, sino también generar nuevas demandas.
Más allá de la ley de emergencia
en pediatría
El debate sobre la salud tiene dimensiones múltiples que van más
allá de esta ley específica. En primer lugar, la equidad: el
deterioro del sistema público afecta más severamente a los
sectores más vulnerables, acentuando las desigualdades
territoriales y sociales.
En segundo lugar, la sostenibilidad: el Gobierno sostiene que el
Estado no puede mantener un sistema de salud gratuito y
universal, aunque la evidencia sugiere que desfinanciar la
prevención podría resultar más costoso en el mediano plazo.
Además, el problema estructural del sistema es evidente: es
fragmentado e ineficiente, con funciones superpuestas entre
Nación, provincias, obras sociales y el sector privado; sin una
reforma integral que busque la integración, cualquier medida
será insuficiente.
¿La salud se jugó en las urnas? Encuestas recientes muestran que
una mayoría de la población rechaza los recortes en hospitales
públicos y demanda mayor inversión en salud. Sin embargo, esta
exigencia no se tradujo en votos. Esto puede parecer
contradictorio, pero refleja la complejidad de las decisiones de
los votantes y cómo las prioridades no siempre se traducen en
acciones electorales.
La cuestión central es hasta dónde queremos -y podemos- llegar
en términos de cobertura sanitaria. ¿Debería el Estado
garantizar el acceso universal o limitarse a brindar una
cobertura mínima? ¿Hasta qué punto es viable garantizar
servicios de salud de calidad y gratuitos mientras se busca
estabilizar la economía?
La discusión sobre cómo revalorizar el trabajo sanitario es
clave, dado que la fuga de profesionales y las precarias
condiciones laborales impactan en la calidad y accesibilidad de
los servicios.
Las respuestas a estos interrogantes no dependen únicamente del
resultado electoral, sin embargo, las elecciones de medio
término siempre son excelentes oportunidades para instalar temas
en la agenda pública. Si bien ha pasado el tiempo de votación,
el activismo cívico es necesario para llevar las necesidades
sanitarias al nuevo Congreso Nacional.
Del mismo modo, también pueden ser una oportunidad perdida si no
se utilizan para discutir sobre las reales prioridades del
Estado. Dependerá tanto del oficialismo como de la oposición
capitalizar esta oportunidad.
Lo que se decidió en las urnas no solo afectará la composición
del Congreso, sino también el futuro de los hospitales, los
tiempos de espera para consultas y la calidad de atención. En
última instancia, se votó también por el derecho a la salud.
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