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 Columna

    
LA SALUD PÚBLICA Y LA PRÁCTICA SANITARIA DEL HOSPITAL
    
“No podemos curar a todos, pero podemos cuidar de todos”
Anónimo
 Por el Prof. Armando Mariano Reale (*)


La Salud Pública y la Práctica Sanitaria son dos campos distintos pero interrelacionados. Uno se refiere a la protección y prevención de la salud, en tanto que el otro se centra en la atención individual de las personas.
Junto a la biología humana, el medio ambiente, y el estilo de vida, la organización de los servicios constituye un factor importante en el nivel de salud alcanzado por la población, en lo que hace, a su disponibilidad, accesibilidad, calidad y eficiencia de los servicios de atención médica, incluyendo la medicina preventiva y la rehabilitación.
Puede definirse Salud Pública como el resultado de las actividades encaminadas a mejorar la salud de una población. Este discurso omnipotente resultaría inoperante, a excepción de programas muy específicos, como el de vacunación o el del control de la mortalidad infantil, si careciera de la práctica médica.
La Salud Pública también se imagina autosuficiente para definir necesidades. Sin embargo, es la epidemiología la que nos proporciona información sobre las necesidades de atención para proveer a su cobertura. En consecuencia, es un cuerpo de saberes, o un sistema de información o una línea auxiliar de asesoría para otras instancias, que ejecutan las acciones productivas de salud por medio de las práctica sanitaria.
La Salud Pública junto a otras iniciativas dirigidas a la vivienda y al tratamiento básico del medio ambiente puede lograr importantes resultados en la salud de las personas, objetivo de los respectivos presupuestos. En orden a ello es que deberían contar con un alto grado de coordinación en lo que hace a decisiones sobre el área y población objeto de intervención.
Sin embargo, el resultado no es igual cuando se trata de enfermedades crónico-degenerativas, que exigen programas de mayor duración en el tiempo y complejidad con los que se estructuran distintos modelos de atención médica con dos componentes, uno financiador y otro proveedor que puede ser directo o indirecto.
El tema del financiamiento es sin duda central, a punto tal que ha concentrado la atención en cuanto a su origen público, privado o mixto, en lo que hace a su suficiencia y universalidad.
Existen evidencias que un mayor aporte de recursos no resuelve automáticamente el acceso a la calidad de los servicios, ya que suelen ser afectados por la desvalorización de la clínica y la hiper- valorización de procedimientos diagnósticos y terapéuticos, sino que es la integración de los recursos lo que garantiza la eficiencia.
La fragmentación del sistema de atención médica en múltiples cajas no ofrece garantía de que la suma de las partes lleva a un estándar de excelencia, por el contrario, conduce a desigualdades tanto en el acceso a los servicios como en los beneficios.
No obstante, los partidos políticos y los movimientos sociales han contribuido en la construcción de modelos que privilegian la economía a fin de sostener la institución, en reemplazo del objetivo de salud por la que fue creada. En estas condiciones puede ser un delirio integrar los recursos ante un modelo autodirigido que distingue la población según sus recursos y capacidad de compra para acceder a la oferta privada.
Es indudable que los modelos de pago al profesional condicionan su conducta y plantean el dilema de cuál es la forma adecuada para distribuir los riesgos que involucra esta actividad económica que consiste en brindar cobertura médica a las personas toda vez que el médico prioriza la unidad de pago según fuera agregadas o desagregadas.
En general el nivel central, ministerios o secretarías, suelen mantener una centralización burocrática que afecta el desarrollo de la gestión hospitalaria. Se les hace difícil descentralizar funciones en la búsqueda de mayor eficiencia y autonomía de los hospitales a los efectos de optimizar recursos y adaptarse a las necesidades cambiantes del sistema de atención médica.
Los hospitales cumplen funciones relevantes por constituir un miembro clave en una red de servicios para responder a los cambios que se producen en su entorno. El hospital como proveedor de servicios de alta relevancia debe atender al desarrollo organizativo y tecnológico para producir acciones estratégicas de gran alcance, caracterizadas por el uso intensivo del recurso humano, tecnológico y financiero.
Medir el aporte del hospital a la salud no es tarea fácil, toda vez que tiene asignado competencias y responsabilidades territoriales, pero no poblacionales. El otro factor para destacar es que la atención ambulatoria no aparece en sus organigramas como si fuera una actividad colateral.
La estructura organizativa se basa en la división de especialidades y en los escalafones de la carrera profesional, cuyos cargos están destinados a la hospitalización y a las áreas de atención intensiva pero no a la atención ambulatoria que constituye un área descentralizada en la que actúan los médicos a través de la consulta.
En definitiva, se hace necesario incluir el área de atención ambulatoria en los organigramas hospitalarios, asignar cargos en el régimen escalafonario y establecer incentivos al desempeño profesional alineando sus intereses con los objetivos del hospital.

Bibliografía:

Análisis de las contribuciones del cuerpo teórico de la salud pública a las prácticas sanitarias. Gastâo Wagner de Sousa Campos. Cuadernos Médicos Sociales Nº 74-ISSN 0326-3525

 

(*)  Especialista en Salud Pública y Sistemas de Salud – Profesor Emérito de la Universidad ISALUD – Miembro del Grupo PAIS

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