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Columna


La parálisis inercial: otra forma de impunidad


Por el Doctor Ignacio Katz
   
L

os titulares de la prensa de las últimas semanas no hacen más que repetir una cantinela que alcanzaría ribetes de grotesco si no fuera porque en los hechos involucrados hay personas sufrientes, que padecen a diario la falta de un verdadero sistema de salud.

Esos titulares se convierten poco a poco en informaciones que se van desvaneciendo en las páginas interiores de los diarios hasta desaparecer, anuladas por otras noticias pero, más que nada, relegadas por los editores periodísticos, por tratarse de hechos repetidos que terminan por aburrir al lector.
Cabe señalar que el epílogo de estos conflictos es siempre el mismo. Más allá de la atención puntual que puedan recibir los reclamos, no se modifica un ápice la condición sanitaria, ni la estructura y cultura de producción de servicios en la atención médica en la Argentina.
Un somero repaso nos permitirá introducirnos en la información. Pero ésta de nada nos servirá si no salimos de ella, superándola, hacia el conocimiento y, a partir de él, hacia un análisis y una propuesta de lo que debe ser transformado.
El diario “La Nación” del 4 de enero da cuenta de la falta de aire acondicionado en el Hospital Garrahan; para compensarla, los niños internados en terapia intensiva reciben la modesta brisa que ofrecen unos ventiladores. Una mirada cínica podría calificar el episodio como uno más de la larga serie de los parches que se aplican en la salud, si no fuera porque se ha denunciado que los ventiladores mueven bacterias que aumentan los riesgos para la salud de los niños internados. Sin embargo, no todo está perdido: para nuestra tranquilidad, un médico del hospital niega dicha posibilidad, aunque admite que los chicos pierden líquidos, lo que produce riesgos de deshidratación… Todo ello, con temperatura ambiente que superaba los 40 grados centígrados.
El diario “Clarín” del 2 de enero denunciaba que en el fin de semana de Navidad se había caído el cielorraso de los baños del quirófano del Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez”. La reparación está pendiente por lo menos desde hace diez años, pese a los continuos reclamos, y dos de los quirófanos del hospital directamente están inhabilitados. A todo esto, cuatro mil chicos esperan sus intervenciones quirúrgicas.
El mismo medio informaba el 12 de enero que en muchos hospitales de la ciudad de La Plata falta sangre, lo que obliga a reprogramar cirugías. Insólitamente, una de las causas aducidas es la escasez de donantes y más insólitamente todavía, se dice que ello se debe a la temporada estival ya que “la gente se va de vacaciones y se olvida que los pacientes siguen internados”. Cuatro días después, el atribulado lector se enteraba de que durante el año 2006 las muertes maternas en la provincia de Jujuy aumentaron un cincuenta por ciento con respecto al año anterior; muertes a las que hay que sumarles, como merma trágica, la orfandad en la que quedan los hijos de esas familias.
Las cámaras televisivas muestran el deterioro del Hospital de Clínicas pero no se analiza que es inconcebible que esta Unidad funcione aislada y sin formar parte de una Red hospitalaria. No se plantea el interrogante de cómo el Hospital, que depende de la Universidad de Buenos Aires, puede desarrollar sus funciones con la carencia de un flujo adecuado de información y de la macroherramienta de la informática. El mismo país que hace trepar a la lista de “best sellers” a un libro de divulgación matemática, es desconectado, literalmente, de la autopista electrónica Internet 2, una “carretera” de comunicación a gran velocidad entre universidades y centros de investigación de todo el mundo. Internet 2 transmite datos a 90 megabytes por segundo, y permite a sus usuarios (algunos de ellos son el Servicio Meteorológico Nacional y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales) la comunicación con especialistas de todo el mundo, el trabajo conjunto y la utilización de equipamiento que se encuentre en cualquier otra parte del globo.
El diario “La Nación” del 8 de enero alarma en su tapa: “Hay 100 mil internaciones por mal uso de remedios” y agrega luego que unas 700 personas por año mueren por esta causa. Pero no se establece un verdadero diagnóstico social y cultural que explique las causas de este mal uso, ni se efectúan las regulaciones pertinentes para que, por ejemplo, no se expendan en locales no autorizados al efecto.
El Mal de Chagas-Mazza ha podido ser controlado en países vecinos pero no en el nuestro. No se ha logrado articular una acción conjunta con otros Ministerios de Salud de la región. Ahora, dice la prensa del 14 de diciembre, “se presentó ayer un nuevo programa federal de prevención y asistencia” para reducir los casos de la que está considerada como la principal endemia de la Argentina. Para su control, según la Organización Mundial de la Salud, nuestro país gastó 500 millones de dólares hasta 1991, pero aún habría un millón y medio de afectados por el mal. La cifra habla a las claras del fracaso de las acciones emprendidas hasta el momento. Por su lado, el nuevo Programa, coordinado por la Jefatura de Gabinete y no por el Ministerio de Salud, parte con “una desorganización del sistema de información que hace que los datos disponibles no tengan la calidad necesaria”, según reconoce uno de sus integrantes. La ausencia de registro fiable, que impide trazar un mapa epidemiológico adecuado, es una muestra, entra tantas, de la endemia de conocimiento que padecemos.
Nos hemos alejado del rigor científico y las consecuencias están a la vista. La batalla por revertir la condición sanitaria argentina no ha cesado y la obsolescencia cultural sigue siendo mayor que la obsolescencia edilicia. Los argentinos siguen “amontonándose” en los pasillos de los hospitales, sufriendo las diversas formas de la indignidad y de la humillación.
En un país donde la cuestión sanitaria no existe sino para los que la sufren y para los que la estudian, y en este momento de crecimiento macroeconómico, debe ponerse el eje en la salud y en la educación. Ello tendría el valor agregado, además, de ser una manera de redistribuir riqueza sin correr riesgos inflacionarios.
Se debe proceder a una planificación estratégica y a una transformación en la cultura sanitaria del país. Para ello, en primer lugar, debemos realizar el esfuerzo de discernir cómo hemos llegado a la situación actual, que ya desciende a la degradación. No hay que desviar el eje de la discusión y detenernos en cuestiones como la falta de presupuesto o la eventual corrupción, importantes pero no medulares. El desvío en el foco sólo sirve para ocultar la verdadera discusión política. Hace dos décadas que vengo proponiendo que para modificar nuestra condición es indispensable un Acuerdo Sanitario en el que participen todos los actores involucrados. El problema es tan profundo que no hay otra manera de poder encaminarnos a la transformación; no hay otro camino para salir de la parálisis inercial y poder arribar a un Sistema Integrado de Salud, como matriz generadora que recupere la dignidad de los argentinos.
 

Ignacio Katz, Doctor en Medicina (UBA) ,
Autor de: “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” , (Edhasa, 2004).

 

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