Los atrasos en las reformas no se corresponden con un
solo gobierno.
No hay un gobierno que pueda adecuar
la regulación del sector salud en general y medicamentos
en particular en cuatro años. Esta dinámica perversa de
los gobiernos de Latinoamérica de aparecer como
fundacionales, comenzando sistemáticamente todos los
programas e intervenciones de cero, resulta escasamente
funcional a construir una institucionalidad sobre la
base de la evolución. Es el síndrome infantil de creer
que la película inicia cuando el niño se sienta en la
butaca del cine.
Es cierto que las
reformas micro se deben hacer en los
momentos de bonanza y no cuando se
debe hacer el ajuste, es por ello
imperdonable que este gobierno
argentino siga dando vueltas con la
mayoría de las reformas que el país,
la sociedad y la economía requieren.
En el caso de la regulación de la
industria del medicamento muchas
veces se tiende a diluir los límites
entre “desarrollo económico” y
“exigencias de calidad y seguridad”.
Un cierto discurso populista (e
interesado) plantea que las
exigencias de calidad de los
procesos y de los medicamentos
pueden terminar sacando del mercado
a pequeñas y medianas empresas
(farmacéuticas) que necesitan
“tiempo” para consolidarse y lograr
el “milagro argentino y
latinoamericano” en materia de
industria farmacéutica.
En el caso de la industria del
medicamento ese “tiempo” ya parece
haber transcurrido suficientemente.
Hace muchos años que el mercado
interno financia las industrias
locales y multinacionales. No se
puede retroceder en materia de
institucionalidad y reglas del
mercado, cuando un grupo no menos
importante ha llegado ya a una
posición de calidad y seguridad como
pueden exhibir importantes sectores
de la industria del medicamento en
la Argentina.
La competencia debe darse entre
iguales y para ello el mecanismo de
acreditación de las plantas
industriales, los procedimientos y
los estudios de bioequivalencia y
biodisponibilidad para aquellas
áreas terapéuticas que así lo
requieran constituye el piso a
partir del cual es posible hablar un
mismo idioma tanto si es un
laboratorio de producción nacional
como multinacional, si es de marca o
genérico, si es innovador o similar,
etc.
No se puede hacer la vista gorda en
materia de calidad, eficacia y
seguridad del medicamento apelando
al tema del empleo o los menores
precios que podrían tener aquellos
laboratorios que no cumplen con las
normativas. La calidad de los
medicamentos no puede estar sujeta a
ningún tipo de interpretación
política. El margen de error se paga
con la vida, o con demoras en la
recuperación de los pacientes. La
gran ventaja de los que tienen este
discurso es que esto no se mide ni
se controla y menos se informa.
La Argentina tiene laboratorios
nacionales que invierten, que
exportan y que tienen producciones
de excelente calidad. Eso se
consigue no sólo con el accionar
privado que es muy importante sino
con una autoridad regulatoria (ANMAT)
que debe mantener y elevar
gradualmente la calidad de la
oferta.
Debemos ser conscientes de que la
producción de medicamentos sin
investigación y desarrollo, sin
innovaciones costo efectivas, sin
calidad adecuada, no agrega valor a
la economía y a la salud y lo que no
podemos hacer como país (a pesar de
que el gobierno lo está haciendo en
todos los sectores) es subsidiar
cierta industria para que pueda
sobrevivir a las exigentes
condiciones del mercado. Sólo se
sobrevive cuando se está protegido
por el tipo de cambio y por las
facilidades administrativas que se
tiene por ser de capital nacional.
No estoy diciendo que no deben
existir subsidios o promociones,
como podría plantear un economista
clásico alejado de la realidad y las
vinculaciones históricas de la
política con la economía. Todos los
países del mundo, utilizan
regulaciones y subsidios, lo que
estoy diciendo es que deben tener
límites, deben estar pautadas, deben
ser explícitos, deben tener
exigencias, tiempos y obligaciones
de la industria subsidiada
(beneficiada). No puede ser un
cheque en blanco que se entrega y
sobre el cual nunca más se revisará
quién cumplió su parte y quién no.
La promoción industrial que supimos
conseguir y “mantener” durante los
últimos veinte años no me deja
mentir al respecto.
Existe un momento donde es necesario
dejar que el mercado haga lo mejor
que sabe hacer que es asignar
eficientemente los recursos y para
ello es conveniente que la
intervención pública en vez de
seguir distorsionando el mercado sea
por ejemplo facilitando créditos o
negociando un plan estratégico de
inversión y desarrollo con la
industria que permita saber hacia
donde se va, con cuántos recursos y
en qué tiempos.
Cuando la política ignora las reglas
económicas, y el superávit fiscal
permite financiar y subsidiar
indiscriminadamente, reemplazando la
gestión eficiente que exige el
mercado para sobrevivir por un
mecanismo prebendario y lobbista, el
país se hace menos competitivo, se
cierra y no existe destino para un
país cerrado al mundo. La política
pública debe guardar un equilibrio
entre eficiencia y equidad, sin
dejar que ninguna de las dos
prevalezca. Los riesgos que genera
la primera, los tenemos presentes
exclusión, marginación y
concentración del capital y la
segunda cuando se construyen
políticas que sólo miran “la
igualdad y equidad” termina
generando desincentivos al
desarrollo, disminuye el nivel de
competitividad y termina vendiendo
las industrias a los capitales
multinacionales.
Es muy cortoplacista pensar que el
“mercado interno” argentino va a
permitir que todos los laboratorios
de capitales nacionales puedan
sobrevivir haciendo los mismos
productos, es necesario en esta
materia establecer criterios de
racionalización y de concentración
que miren no sólo el mercado interno
sino la potencialidad de los
mercados externos. El tema es que
afuera solo pueden salir
determinados conglomerados (como
Bagó por ejemplo) y una estrategia
continuada y sistemática de
exportación requiere una presencia
del Estado ayudando a vender a
través de sus consejerías económicas
en el exterior.
Ni este gobierno ni otros ha
construido una política industrial
farmacéutica que integre la salud al
desarrollo económico y esto implica
pensar no sólo en lo que puede dar
el mercado interno sino
fundamentalmente los sistemas de
salud del resto del mundo y lo que
puede significar la exportación de
conocimiento y valor agregado detrás
de una estrategia donde el Estado
abre el juego, explicita los
incentivos y luego deja que el
sector privado avance inventando,
innovando, produciendo con calidad y
vendiendo sus procesos y productos
al resto del mundo.
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